Ateología y cosmología nietzscheana.

miércoles, 21 de noviembre de 2007


Podemos situar en Nietzsche una serie de razonamientos cortos de vital importancia para todo el corpus del incomprendido pensamiento nietzscheano.

1.- Se demuestra la inexistencia de Dios mediante: las contradicciones del discurso religioso de todas las creencias, las genealogías del pensamiento religioso, y las ausencias de percepción de Dios.

Se desprende de la inexistencia de Dios:

2.- No hay ningún motivo para pensar en una coherencia entre el objeto conocido y el sujeto que conoce (para un acercamiento biológico a esta evidencia véase la obra de Francisco Varela) [1].

3.- Ya que no hay un Dios que haga razonable el en el que vivimos, las cosas no tienen por qué adaptarse a leyes físicas ni de ningún tipo –«es posible que haya un poco de sabiduría en todo, pero en todo he encontrado la bienaventurada certeza de que prefieren bailar sobre los pies del azar» [2]-, y se plantea la imposibilidad del conocimiento en su conjunto o de parte de algunos conocimientos específicos (incluso en El ocaso de los ídolos llegará a plantear que a veces es mejor no saber [3])

Llegado a este punto, Nietzsche puede, en cierto modo, ser llamado el primer ateo, pues es quien realmente ha sacado conclusiones fidedignas del ateísmo, eliminando viejos residuos de prejuicios teológicos.

[1] Foucault, Michel: La verdad y las formas jurídicas, Primera conferencia, pág. 12 en adelante.

[2] Nietzsche, Friedrich: Así habló Zaratustra, Parte III, Antes de salir el sol.

[3] Nietzsche, Friedrich: El ocaso de los ídolos, Máximas y dardos, aforismo 5.

Videos buenos.

sábado, 17 de noviembre de 2007

Richard Dawkins- The Root of all Evil?

Parte 1: http://video.google.es/videoplay?docid=739104736941335888&q=richard+dawkins+spanish

Parte 2:

http://video.google.es/videoplay?docid=-8365780578032579777&q=richard+dawkins+spanish

La vida de una célula:

http://aimediaserver.com/studiodaily/harvard/harvard.swf

Michel Foucault por el mismo:

http://www.dailymotion.com/Paroles_des_Jours/video/x2qhum_foucault-1_creation

http://www.dailymotion.com/Paroles_des_Jours/video/x2qhwy_foucault-2_creation

http://www.dailymotion.com/Paroles_des_Jours/video/x2qilm_foucault-3_creation

http://www.dailymotion.com/Paroles_des_Jours/video/x2qinw_foucault-4_creation

http://www.dailymotion.com/Paroles_des_Jours/video/x2qiqc_foucault-5_creation

http://www.dailymotion.com/Paroles_des_Jours/video/x2qiup_foucault-6_creation

http://www.dailymotion.com/Paroles_des_Jours/video/x2qiwi_foucault-7_creation

http://www.dailymotion.com/Paroles_des_Jours/video/x2qj0x_foucault-8_creation

http://www.dailymotion.com/Paroles_des_Jours/video/x2qj28_foucault-9_creation

http://www.dailymotion.com/Paroles_des_Jours/video/x2qj48_foucault-10_creation

http://www.dailymotion.com/Paroles_des_Jours/video/x2qjcb_foucault-11_creation

http://www.dailymotion.com/Paroles_des_Jours/video/x2qjd6_foucault-12_creation

Nietzsche: Human, All too Human

http://video.google.com/videoplay?docid=-184240591461103528&hl=es

Surplus, Consumidores Aterrorizados

http://www.dailymotion.com/video/x10vj9_surplus-consumidores-aterrorizados

Morir, ese fuego.

lunes, 5 de noviembre de 2007


Una vez, un loco nos habló así:

«Nos obligan a pensar, a describir, a hacer sistemas; y dentro de este juego trágico, inútil es intentar salir -incluso detenerse es peligroso-. Y ya que estamos dentro de este flujo, debemos pensarnos, pensar la propia vida. Y la muerte es parte de la vida, a tal grado que muchos han creído que incluso es su esencia, no tan sólo una cualidad biológica, sino la dinámica intrínseca del ser.

»“Pero también la muerte es algo que sucede: ¿cómo muere un hombre? / Pero también se gana cada uno su muerte, su propia muerte, que no corresponde a nadie más”, escribe el gran poeta griego Yorgos Seferis. Y es cierto, brutalmente cierto: nadie nos acompañará, iremos solos, cuando todo simplemente acabe. Es por eso, sapientísimos, que también debe hablarse de la experiencia de la muerte, de su concepción o las intensidades que provoca en los cuerpos el solo hecho de pensarla –es en este sentido que se habla de una experiencia de la muerte, a pesar del paradójico nombre.

»Quisiera contaros la historia de una muerte con nombre y apellido: la de la joven Ellen West.

»Ellen destacó siempre por su inteligencia, y un don sublime en lo poético. Todo podría pronosticar un futuro exitoso; todo, menos su historial médico: trastornos conductuales en toda su familia desde sus abuelos, depresión y problemas alimenticios en su caso. Cuando alcanzó la mayoría de edad, los problemas melancólicos la atacaron cíclicamente; ni siquiera pudo superarlo casándose con su primo, a los 28 años. Sin embargo, sus problemas somáticos, de orden depresivo o bulímico, no son la peor parte: desde la adolescencia, mantiene un oculto pero fervoroso deseo de matarse. No constituye para ella una salida desesperada, sino un anhelo de certidumbre.

»Pasa por varios psicoanalistas; todos la diagnostican distintamente. Al final, termina con el doctor Binswanger –curiosamente sobrino del psiquiatra que atendió a Nietzsche en Jena-, y la pareja termina tomando la decisión de no internarla. Hacer lo contrario implicaría asesinarla lentamente, consumirla de a poco, desgastar su hostilidad al precio de desgastar incluso su energía creadora. Nadie se extrañó de la reacción de Ellen: al poco tiempo se suicidó con veneno. Lo que si resultó extrañísimo fue el efecto de su decisión: nunca se la vio tan feliz en vida. Detener la incertidumbre incluyó detener su sufrimiento. “Parecía como nunca había parecido en vida, tranquila, feliz, pacífica”.

»Desde que supe de aquel caso, la muerte ha dejado de ser para mí una idea. Resulta para mí mi propio secreto, sapientísimos: ya no hablo de los sepulcros, sólo pienso en mi lápida. Y resulta para mi algo propio, mi propio secreto.

»Hay una forma fácil de tomar el caso de Ellen: considerarla enferma, sin más. Por cierto, no es lo que hizo Binswanger. Pero debéis tener presente que, para hacerlo, habéis de hablar de naturaleza humana, de defectos de naturaleza –enfermedad-, de trascendencia, de ideales; y esa no es mi tarea, sabios: soy ciego a esas esfinges; creedlo, estoy loco.

»Desde 1973, año en que aparece el opúsculo «De máquinas y seres vivos», Francisco Varela y Humberto Maturana han postulado la noción de autopoiesis, la capacidad de las máquinas vivientes de auto-producirse, usando los componentes del medio, pero manteniendo una relativa autonomía. Su aporte es significativo pues rompe con la tradición anterior al hacer de la teleología biológica “un concepto prescindible”-incluso Jacques Monod consideraba este elemento como constitutivo de los seres vivos en El azar y la necesidad-. Y esto nos incumbe ahora: Ellen West, máquina autónoma, nada tiene que ver con Emily Dickinson o Afrodita; aún más: Ellen-niña, nada tiene que ver con Ellen-mujer, o con Ellen-suicida. Sólo puede situarse su experiencia de la muerte en un plano de inmanencia. Y es esto lo que nos resulta terrible a nosotros; a nosotros, no a ella.»

Lo relativo: La locura

miércoles, 26 de septiembre de 2007


Hay problemas que se trasladan desde fuera hacia el pensamiento. Así, un problema como el suicidio busca una solución por medio de las palabras. Sin embargo, hay otros que se trasladan desde el pensamiento y sus variables –el lenguaje y su lógica- y salen hacia fuera. De ellos el más importante es la Locura.

No se habla aquí de la Locura en la entidad esquizofrénica o como práctica psiquiátrica, sino de ésta como método de validación, fuera de la cual las proposiciones de los cuerdos se reconocen como tales, y por tanto, válidas. Por otra parte, todo se vuelve relativo, difuso; aislado de toda luz, de toda ilustración.

La Locura es un lugar. Es todo aquello que rodea el terreno de lo Razonable. En la fortaleza de la Razón, los límites -sus muros-, se hallan en constante conflicto, inmersos en una pugna en que los sitios de lo válido disminuyen, aumentan e intercambian afirmaciones, sintaxis, enunciados. Así, lo que antes fue llamado locura, a posteriori se llamó revolución copernicana.

Bloy se equivoca al tratar lo relativo. Cuando invoca su devenir informe, cuando lo establece como atributo predicativo del Todo -cuando los amalgama copulativamente-, permite la entrada a la Locura. Pero, y esto debe recalcarse, ésta no es la destrucción del mundo, sino el caos dentro del lenguaje. Al soltar a aquel demonio, todo lo enunciable se hace posible; los ejemplos de Bloy salen a la luz. Mas el lenguaje no salta ni contagia: se repliega sobre sí mismo; como un agujero negro, se devora –Heidegger decía que “el lenguaje es la casa del ser”, pero también es cierto que no se necesita “ser” para existir-. Si liberamos la Locura, todo deviene animal –nada más-; seguimos comiendo.

Segundo error de Bloy: Ocupar algo que no existe. La Locura, como un dibujo de Escher, no distingue estructuras, cimientos, fundamentos; ante su tempestad, la lógica, como la esposa de Lot, se convierte en sal. Las identidades pierden su valor milenario, balbucean sobre sí mismas. Pero la mudez del lenguaje no nos vuelve ciegos: hegemonía de la percepción.

Dos ejemplos. Cuenta Diógenes Laercio una anécdota de su homónimo el cínico, que “a uno que con silogismos le probaba que tenía cuernos, tocándose la frente, le dijo: «Yo no los veo»”. Percepción sin lógica.

El loco, en el teatro medieval o del Renacimiento, “no sabe lo que desea, no sabe lo que es, y ni siquiera domina sus propios comportamientos ni su voluntad, pero cuenta la verdad” – ¿Acaso no somos atravesados por lo real?- dice Michel Foucault. Es meramente su portador. No hay, pues, validación que valga, sino tan sólo una inexorable irracionalidad al obedecer a sus presagios -la nula sintaxis no afecta los actos-.

Este ensayo se escribe en el límite. Ni la contradicción ni la validación le son propias.

[Nos hemos buscado en los libros, mas ¿nos hemos visto al espejo?]

Las voces de la historia.

jueves, 20 de septiembre de 2007


¿Cuántas veces nos hemos mirados las manos, mientras se nos inflama el pecho, mirando cada nervio, músculo, cada gasto energético, en fin, cada máquina? “En el fondo, con el tiempo, lo que yo he aprendido a tener es una especie de temor y temblor, de un respeto desde las tripas para arriba de lo que es el Fenómeno, la Fenomenología, el aparecer (…) son cosas que tienen una riqueza y una profundidad enormes, y uno les hace un flaco servicio imponiéndoles detrás una especie de grilla de lectura.” Con esta frase para el oro, Varela se instala frente al universo, sin tratar de buscar algo que ver, sino buscando ver lo que hay.

La rigurosidad que nos exigen nuestros análisis nos obliga a enunciar la distancia entre el objeto conocido y el modelo mediante el cual se interpreta. El lenguaje, que pretende ser nuestra vía de acceso y transmisión de las cosas, no pasa de ser un estado bruto irremisiblemente condenado a ser deformado por aquel que capta: el cuerpo que adapta. No podemos, en rigor, reducir la palabra a una combinatoria atomista de significado irreducible, es decir: no podemos dominar necesariamente al lector, al menos a priori, forzarlo a experimentar ciertos estados. Lo cual nos lleva a una modestia necesaria: no lo sabemos todo.

Siempre hay intersticios oscuros.

En El pliegue, Gilles Deleuze dice que el rasgo Barroco par excellence es describir la naturaleza como pliegue que remite a otros pliegues –laberinto que esta compuesto por laberintos infinitos cada vez más pequeños-, como si hubiera infinitos puntos entre cada punto; y el infinito tiene para Leibniz dos “pisos”, sin una discontinuidad absoluta sino descriptiva: en el primer piso, la materia, con pequeñas aberturas abiertas al intelecto, vale decir, que permiten el conocimiento. En el segundo piso, lo superior (el “alma” de las cosas), “habitación o gabinete oscuro, revestido de una tela tensa «diversificada por pliegues», como una dermis en carne viva”. La luz no está imposibilitada de entrar, pero no acude de forma rectilínea, sino por medio del desarrollo de los pliegues.

¿Qué es posible extraer de esta forma de pensar los fenómenos? Esta lectura de la vida, que implícitamente representa a lo real como algo intrínsecamente complejo, induce a un respeto muy sano por el objeto por conocer. Si unimos esto a la obra de ciertos pensadores dispersos en la historia, la modestia y la disciplina pueden ser valores en sí, las verdaderas satisfacciones del arte de aprender. Debemos, por cierto, buscar las ventanas que nos permiten ver hacia la altura, pero dentro de lo que es, y ha sido posible: para esto es importante la historia. Ya no concebida como aferrarse al texto, como un papel plano y sin contradicciones, sino tomar a la historia como un corpus que sólo puede ser interpretado según nuevos avances epistemológicos y, por tanto, en discontinuidades de interpretación. No nos es posible elaborar una teoría completa de causas y consecuencias, pero sí es posible concebir el devenir por medio de estadios intermedios, de “particiones” cada vez más finas. Sin embargo, mientras más información, más tiempo; más riesgo de mezclar los hechos, de no localizarlos: de hacer de la historia algo intempestivo, en el sentido peyorativo del término.

“Mi libro es «ficción» pura y simple. Es una novela, pero no fui yo quien la inventó” (Michel Foucault). Ya no más Historia, demos paso a las historias. Para eso se necesitan voces: las voces del pasado. Dejemos hablar a los muertos: el esfuerzo de Papini no puede estar mejor encaminado, si se enmarca en la honradez.

La propia firma

sábado, 8 de septiembre de 2007

Hace casi dos mil años –si se cree veraces ciertos documentos-, dentro de las sacras tierras orientales, un predicador llamado Jesús expulsaba un demonio, habitante de un hombre ciego y mudo –una casa bastante oscura-. No es de extrañarse que los fariseos, estudiosos de las escrituras hebreas, quedaran asombrados: dijeron, acaso acostumbrados a cierta interpretación de lo preternatural, que aquel hombre de origen judío “expulsa los demonios por obra de Belzebú” (Mt 12:22). Jesús, llamado el Cristo, el varón del látigo en el Templo, respondió así a los maestros de la ley: “¿Quién entrará en la casa del fuerte sino el que pueda amarrar al fuerte? (…) calumniar al Espíritu Santo es algo que no tendrá perdón”. Los tres primeros evangelistas relatan este suceso.

Si Unamuno sintió angustia reiteradas veces, incansablemente, al pensar sobre la muerte, su muerte, sobre aquel evento en el cual nadie lo reemplazaría y al cual acudiría completamente solo, mientras en su patria reinaba el rifle, aquella repetitiva experiencia sería menos dolorosa -si pudiésemos jerarquizar en conceptos absolutos la relación ideología terrible-dolor-, al compararla con la experiencia que puede experimentar un cristiano ante el pecado imperdonable. Imaginemos a alguien que piense haber cometido aquel pecado. El dubitativo agnóstico podrá encontrar narcóticos para olvidar, su naturaleza no lo obligará a pensar la muerte, ¡pero al creyente sí! Su naturaleza tenderá siempre a Dios y, mientras los salvos gozaran de la misericordia, el devendrá polvo. Tendrá la marca de la muerte por un hecho de sólo segundos, incluso mientras viva. ¡Buscará incansablemente la opinión de los teólogos! Y, sin embargo, nunca les creerá de verdad, se creerá no-perdonado por siempre. Y esto ha pasado. Pongámonos en el lugar de los desposeídos. Preguntemos: ¿Habría influido un tono menos peyorativo en la condena de los fariseos? Si dijesen, por ejemplo, “creo, según mis estudios en la escritura que, dado que lo dicho por este hombre no concuerda con los mandatos de Dios, expulsa por otros medios”, ¿habrían sido castigados?

Michel Foucault señala que Nietzsche fue el primero en concebir que “entre el conocimiento y las cosas que éste tiene para conocer no puede haber ninguna relación de continuidad natural. Sólo puede haber una relación de violencia, dominación, poder y fuerza, una relación de violación.” Es decir, el conocimiento siempre es deformado por quien conoce (una aproximación biológica cercana sea quizás la de la obra del gran Francisco Varela, o bien una psicoanalítica, la frase de Deleuze-Guattari: “cada máquina-órgano interpreta el mundo entero según su propio flujo, según la energía que lo fluye: el ojo lo interpreta todo en términos de ver”). Y no sólo eso: el discurso, en la pequeña parte en que se hace consciente, ejerce una violencia no menor en las dinámicas operacionales: véase cuántos han matado con el Libro en la mano y la metralla en la otra…

Antes, todo era armonía entre las cosas y el hombre; hoy, uno de los dos gana.

Es posible que algún autor polémico –como el propio Chesterton- se permita denostar a algunos ya considerados clásicos, con bastante soltura y poca rigurosidad, pensando, probablemente, que es fácil arrepentirse de lo dicho, que “se hace camino al andar”; incluso, que al final de los tiempos Dios lo arreglará todo. Es claro: ya no se paga con la horca por esas cosas. En nuestros tiempos se paga más caro, y hombres como Georges Zabelka lo saben bien. Si hubiese un tribunal que juzgara nuestros enunciados, ¿No deberían responder hombres como Pascal y Unamuno ante mujeres como Ellen West?

En nuestra época el pensamiento no se preocupa tan sólo por la verdad, sino también por el decir-verdad. Bajo esta perspectiva, debemos atribuir a nuestros enunciados distintos valores de certeza según los criterios de validación que hemos sido capaces de emplear al hacer nuestras afirmaciones. El yo creo no es un signo de ratonería, es ejemplo de dignidad.

La reforma en Chesterton y Nietzsche

lunes, 27 de agosto de 2007


En el capítulo “la revolución eterna” de su Ortodoxia, Gilbert Keith Chesterton hace una dura crítica a varios pensadores importantes; poniendo énfasis en Nietzsche, a tal grado que podría parecernos que el apelativo de “sofista prusiano” va dirigido a él. Considerando que el texto fue escrito en 1908, es lícito preguntarse: ¿Por qué el pensamiento de nuestro siglo ha vuelto una y otra vez a la obra nietzscheana, a tal grado de ser considerado una de las más importantes voces de la modernidad? ¿Signo de decadencia, o de mejores análisis? La crítica de Chesterton puede otorgarnos luz al respecto.

El texto de Chesterton plantea que, para lograr algo –una mejora en un mundo que no nos gusta-, debemos mantenernos con un propósito; si queremos el mundo de algún color –adecuada metáfora dado que se asocia la política con el color de sus banderas- debemos mantenerlo fijo, sin lugar a cambios. Esta idea es bastante extraña, si consideramos nuestra vida como fenómeno múltiple: siempre se puede encontrar un ligazón entre los cambios –ayuda al prójimo, búsqueda de la verdad, la felicidad o Dios-, pero no es menos cierto que también se puede hallar una disruptividad; no conocemos en qué sitio nos colocaremos en el futuro; nunca se podrá saber como cambian las visiones aun dentro del mismo ojo, pues el mundo no es azul –y ni siquiera hay un solo azul-.

La crítica a Nietzsche se articula en la misma dirección: este “poetastro”no se habría decidido a hacer claro su pensamiento; si lo hubiera hecho, se daría cuenta que es “absurdo” –extraño el uso de estas palabras en alguien que habla de “locura racionalista”, aunque esto no incumba a nuestro análisis-. Al hablar del “superhombre” de lo “superior”, de vivir “más allá del bien y el mal” sin especificar a qué se refería, habría puesto en evidencia su mediocridad. Mas, ¿es cierto que no especificó a qué se refería? Su obra es hermética, sin duda alguna; los problemas de salud de Nietzsche, por otro lado, no ayudaron a su elucidación, ya que sólo podía escribir pequeños fragmentos. De cualquier modo, durante el siglo XX se realizaron numerosos estudios en torno suyo; en cierta forma, se le “rescató” del nazismo y fascismo. En torno a ellos, las críticas de Chesterton tienen respuesta.

¿Qué significa estar más allá del bien y del mal? La crítica nietzscheana afirma que la moral es un discurso histórico que, al no hallarse inscrito en el firmamento, quedaría desarticulado. Además, dado que la naturaleza humana nos es desconocida, cada uno debe “llegar a ser lo que es”, tarea que nadie puede hacer por otro. De modo que se le juzga por el imperativo que ha luchado por destruir. La nobleza o superioridad es para Nietzsche, como señala Tadashi Yanai “mantenerse en relación inmediata con el propio deseo”. En cuanto al superhombre, es la respuesta a muchas preguntas. Entre ellas, una de importancia para nuestro análisis es: ¿Quién es capaz de afirmar, de una vez, la vida entera? Esta respuesta es por tanto sólo nominativa, es el límite: implica una nueva economía del ser, una búsqueda de una manera de no negar la vida y, por ende, de entenderla, sin destruirse en el intento. El que Nietzsche no diga cómo ser el superhombre no es una muestra de falta de originalidad, sino la culminación de una tarea filosófica. Esta nueva forma de filosofía en definida por Deleuze y Foucault como “caja de herramientas”; “para nosotros el intelectual teórico ha dejado de ser un sujeto, una conciencia representante o representativa”, dice Deleuze en los intelectuales y el poder, el discurso pasa a dejar hablar a los involucrados (vemos indicios de estos en el aforismo nietzscheano 43 de Más allá del bien y del mal).

Nietzsche introduce una nueva forma de pensar. «Nos hallamos en una fase en que lo consciente se hace modesto», dijo. Y nos dio un gran ejemplo.

La multiplicidad en Fedor Dostoievski

lunes, 13 de agosto de 2007



Muchas veces, mucha gente, señala André Gide en su Dostoievski, trata de reducir a un personaje, una obra, a una sola palabra o frase, que para nosotros constituye lo más importante, su piedra base, su “a priori”.Honestamente, no se puede afirmar que dicha tendencia sea esencialmente mala, hasta no ver sus resultados: primero, porque la lectura de una obra es siempre un proceso personal e incomunicable –como diría Foucault, el lenguaje no es la comunicación de la distancia, es la distancia-, y toda interpretación tiende al infinito; segundo, porque de vez en cuando ciertos autores parten de ciertos “imperativos” o evidencias para sacar de ellos todas sus consecuencias; y tercero, porque nuestro método de resolver preguntas se basa en aislar los componentes para descubrir su naturaleza, sabiendo lo que es capaz cuando los demás factores se mantienen constantes.

Tomando esto en cuenta, me gustaría plantearme una pregunta con respecto a Fedor Dostoievski, hombre sin duda muy profundo, cuya vida y obra sin ninguna duda merece tenerse en la más alta consideración. Mi pregunta es: ¿Qué característica en la obra de Dostoievski la hace tan esencialmente única e imponderable, y que en grado sumo lo hace uno de los pilares del análisis la modernidad?

Podemos acercarnos a una posible respuesta enunciando la opinión de la crítica. Se le proclama el “maestro de la novela psicológica moderna”, a tal grado que Freud lo ha tenido en alta estima y Nietzsche ha señalado en El ocaso de los ídolos que “es el único que me ha enseñado algo de psicología”. En cierta forma, esta aseveración nos conduce a otra pregunta más específica: ¿Cómo logra Dostoievski crear personajes tan complejos y, por cierto, tan reales? Albert Camus nos dice: “Todos los personajes de Dostoievski se interrogan sobre el sentido de la vida. Son modernos en eso: no temen al ridículo”. Podemos ampliar la frase, y hallar una relación padre-hijos: Dostoievski no teme al ridículo. En cierta forma ha dejado de lado el temor a las contradicciones del alma humana; las analiza, las describe minuciosamente, con profundo respeto e incluso con ternura: en su obra, constantemente toca el tema de los marginados sociales, la enfermedad (puramente somática o mental), los pobres. Y no se puede decir que lo haga para separar a los normales de “los otros”, puesto que cada personaje halla similitudes con la existencia del autor (por ejemplo, la epilepsia). Tampoco parece tener mucho interés en plantear una única visión, más bien, cada personaje habla con su propia voz, sin haber una de fondo; el autor sólo les presta la base en la cual los discursos pueden ser enunciados, un espacio sin duda muy amplio. Es decir, se sitúa en un punto donde no puede ser detectado, un no-punto.

Camus dice que Dostoievski es más Iván Karamazov que Aliocha; los creyentes están en su derecho de dudarlo. Sin embargo, no es menos cierto que está en los dos; como diría Michel Onfray en su Tratado de ateología: en cada ateo hay un creyente, y en cada creyente hay un ateo. Podríamos preguntar, entonces: ¿Quién es, realmente, Dostoievski? ¿Cuál es su discurso, dónde sitúa su pensamiento? No lo sabemos, al menos no es patente en su obra. Esto nos induce a pensar de la siguiente forma: Dostoievski es un autor de lo múltiple, pensador que presta su cuerpo a los más variados experimentos, el creador que se compromete con su propia creación. Su pensamiento constituye un diálogo, la posibilidad de la duda, una eterna pregunta. El mérito de Dostoievski consiste en esto: prestar su voz a los sin voz, a los “anormales”, al cuerpo mismo.

La universidad

lunes, 6 de agosto de 2007

La universidad-máquina se resiste a ser definida. Sin duda, se caracteriza porque produce constantemente, pero ¿Qué es lo que produce? ¿Acaso produce siempre lo mismo, o es, como pienso, productora de diferencias o incluso de antagonismos? Históricamente, la universidad ha sido una infinidad de cosas, distintas para cada ser que se ve en relación con ella; universidad-templo, universidad-magnética, universidad-espaciolibre, universidad-obligación, universidad-juicio. Cada uno lleva una universidad en los ojos, cada uno tiene otra en el corazón. ¿Cómo podría definir la mía?

Cuando decimos lo que la universidad debe ser, en cierta forma, ocultamos otra afirmación: conocemos perfectamente la naturaleza de la universidad, sabemos todo lo que la universidad debe ser; sin embargo, más cierto es lo que dice Spinoza: “ni siquiera sabemos lo que puede un cuerpo”. Y la universidad también es un cuerpo, más aún, es un cuerpo informe, absolutamente plástico: plástico como lo contrario de fácilmente moldeable, pues para moldear se necesita una gran fuerza externa, un diseñador que sería “lo Otro”. Sin embargo, en la universidad el movimiento es la suma de fuerzas, y los influjos externos deben entenderse según la dinámica operacional interna.

Por eso, si queremos definir a la universidad, o más correctamente, a describir un aspecto de su funcionamiento ideal, podemos usar como base la famosa frase de Lewis Carroll: "Para quedarte donde estás tienes que correr lo más rápido que puedas...y si quieres ir a otro sitio, deberás correr, por lo menos, dos veces más rápido."; es decir, para mantener su aspiración de impartir saberes, la universidad debe mantenerse en perpetuo movimiento, en la “carrera del conocimiento”. La universidad contra la misma universidad en una espiral sin fin; la universidad rescatando a la universidad de la universidad. La universidad, más que un proyecto, es un acto; para crecer debidamente, debe afirmar la multiplicidad de lo que ocurre dentro de sí. Debe ser lo suficientemente valiente para seguir subiendo. De lo contrario, caemos en lo que observa Nietzsche: “¿Qué misión tiene toda enseñanza superior? Hacer del hombre una máquina ¿Cuál es el medio para conseguirlo? Enseñar al hombre a aburrirse ¿Cómo consigue esto? Con el concepto del deber”.

Por último, no se puede discriminar a un proyecto universitario por logros académicos o deficiencia de éstos, dado que muchos surgen como fenómenos sociales (la universidad de Vincennes es un ejemplo); debe ser pesado según los agenciamientos que produce, su ambiente. Tampoco debe restringirse a la universidad a un grupo etario; la universidad es un fenómeno social, en ella deben convivir todas las visiones, debe dársele espacio a las minorías. La universidad ideal es una fiesta.

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Si siente que este texto no me identifica, puede ser porque fue censurado para ser entregado. De todos modos, quitar la censura implicaría hacerlo de nuevo. No es mi deseo.

Angest.

domingo, 3 de junio de 2007

Si he estado loco,

Los períodos fulminantes de aquella lucha

La fiebre del pensamiento

Un febrero sin modales

Lleno de temperaturas sofocantes como la asfixia de un pueblo en ciudades cotidianas

De un occidente sin rostro basado en la bestialidad de la rata

Los murciélagos de lo bajo

Los burros castrados.

La locura es aquel momento que valida la existencia

El discurso que se pliega sobre la natura, moldeándose sin ningún lenguaje

El rudo devenir de lo Bello, lo Sublime.

Nosotros, los verdaderos verdes.

sábado, 5 de mayo de 2007


Vivimos en una sociedad monoteísta, claro está. Llevamos, en las raíces de la estructura social, los colores espirituales de Moisés y Jesús, y, sin duda, cuesta bastante esfuerzo sacarlos. Hoy, en un mundo que presume de laicismo, vemos el resurgimiento de un nuevo profeta: Al Gore. El es la voz de los ecologistas, de los que quieren salvar el planeta, de los que no quieren morir y planean salvarse apagando luces

Todos han visto el documental de Gore, es claro; han quedado espantados. Las estadísticas son asesinas. Su crítica va dirigida directamente a las políticas gubernamentales, sobre todo a la de su país. Sin embargo, ¿no son los gobiernos los que tienen más científicos a su disposición? –Lo digo con pena-. Es un hecho observable que a mayor poder gubernamental, mayor ciencia; ahora bien, ¿quién es el gobierno más poderoso? No sé si habrán escuchado hablar de la Nasa; bueno, ¿de qué país es?

Nosotros, los sudacas, recibimos información de segunda mano. Pregúntese: ¿Cuántas noticias han visto en las noticias sobre los científicos que no están del lado de Gore? Ahora, cuente: ¿Cuántas fotos ha visto de Gore?

Hoy, tuve oportunidad de leer sobre la postura de estos “reaccionarios”: leí una entrevista Myron Ebell. El apoya la postura de EEUU; en cierta, forma, está de su lado. Sin embargo, nadie sabe que él también estudia. El también tiene estadísticas, y la verdad es que me parecían tan razonables como las de Gore. Es muy simple: las estadísticas son difusas, tratan temas gigantescos, son meramente aproximativas. Además, claro está: ambos lados saben las estadísticas, conocen de memoria palabras como casquetes polares, y partículas por millón, pero nadie sabe cómo se administran tales datos. Dicho sea de paso, las construyen personas con otras cultura y con distintas grillas de lectura- quién sabe qué defienden y qué omiten-.

Yo no sé mucho de ciencias ambientales, pero sí sé que, por ejemplo, en el estudio del origen de la atmósfera y de su composición hay mucha discusión, y estoy seguro que pasa también en cuanto a los demás temas de esta ciencia. Pregunta para escépticos: ¿Cómo miden la cantidad de partículas en la atmósfera los científicos? ¿Las cuentan? ¡Estadística, señores!

Un argumento dado contra Ebell es que durante un tiempo recibió dineros de una empresa petrolera. El dice que eso no afectó la línea de sus investigaciones. No creo que sea importante de quién recibes el dinero: el problema es si te prohíben publicar cosas que no le convengan. Muchos hombres de ciencia reciben apoyo de los gobiernos, muchos quizás lo haremos en el futuro, ¿y alguien dirá algo? El Estado no es algo tan limpio como se cree, señores. Por otro lado, no se crea que Al Gore es un filántropo. Albert Camus decía: “los grandes hombres no hacen política”, y tenía mucha razón. Esos individuos no son tan grandes como para sentir nauseas.

Saben, Ebell no será científico –seguro Gore tampoco-, pero sabe de las consecuencias económicas que traerá la abstinencia energética. A EEUU no le pasará nada, sino a nosotros, los que vivimos en los países pobres. Es un hecho razonable. Su país es capaz de abstenerse, pero nosotros nos iremos a la mierda. Creo que falta preguntarse: ¿Vale la pena correr el riesgo del laisser faire? Por mi parte, creo que no, pero creo más en que hay que pensar, no repetir. Ebell dice que el problema no pasa por el racionamiento de los recursos, sino por la implementación de nuevas tecnologías. Esto, según él, tiene a su país con una tasa de emisiones menor que la de algunos países que respetan el tratado de Kyoto.

Ambos bandos poseen el síntoma de nuestros sistemas educativos- represivos, según Foucault-: conocen los hechos científicos, las formas, sin embargo, no saben el Ursprung (Origen) -quizás debiera decirse Erfindung, invención- de tal conocimiento. Por tanto, se puede aceptar el hecho científico, mas no se puede refutar a menos de que se recurra al dogma, como en el caso de la Iglesia en el tema evolutivo. Esto, sin duda, no da origen a una epistemología, nos impide crear una filosofía a partir de tales datos. ¿Qué hace la gente, entonces? Recurre a discursos anteriores, ya creados, y los defiende a muerte, puesto que no puede sentir en carne propia las consecuencias de tales actos.

Ahora bien, ¿qué nos depara el futuro? Hambruna y escasez energética por un lado o catástrofe ecológica por otro. Una es la explicación de las ciencias políticas y económicas y la otra es la de las ciencias naturales. ¡Esperanzador, por cierto! De cualquier modo, estoy seguro de que, sin importar el camino que tomemos, las consecuencias serán enormes. Aun así, son distintas. Por un lado, la abstinencia quizás acabe con personas, poblaciones, quizás con la especie humana; pero salvaríamos el planeta. Por el otro, es posible que no pase nada, que haya más calor en los polos, pero seguimos todos vivos –excepto algunas especies-, o bien, nos vamos todos al tacho. La crítica más fuerte, a mi juicio, que se le puede hacer a Ebell, es que sobreviviremos, nosotros, pero la biodiversidad se verá reducida drásticamente. Esto podría crear una vida que no valga la pena vivir.

Es conocida la expresión popular que manifiesta que la Tercera Guerra Mundial se hará con piedras. Esta frase, que en parte hace sonreír, contiene un importante mensaje por detrás: si tal consecuencia fuera cierta, sería un hecho de que volveríamos al primitivismo, volvería la selección natural, se acabaría la enajenación del trabajo que no se ve –no seríamos engranajes-. Esto me parece positivo, aunque no justifico los medios; digo tan sólo que si pasa, tal vez haya esperanza. Bueno, la frase me hace pensar en el futuro. Creo que del lado del ahorro, nos daremos cuenta de que este será drástico, y nuestras regiones se verán en problemas. Dado que nuestra vida actual depende de productos de otras regiones, la pobreza nos hará las cosas más difíciles. Sin embargo, sabemos que se puede vivir de forma local: los australopitecus lo hacía, los indios lo hacían, las polis lo hacían, los burgos lo hacían. Me da la impresión de que se daría paso a algo así como la economía del maíz, un comercio de subsistencia, que daría origen a un sistema más sano, pero mucho más débil, pues se acentuaría la diferencia entre países ricos y pobres. Eso sí, esperemos que aparezcan nuevas formas políticas.

Dice otro refrán popular: cuando el sabio apunta al cielo, los tontos miran el dedo. Espero que no pase con Gore.

Mi conclusión: ambos bandos son divergencias de una postura que presentó fisuras hace mucho tiempo.

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¡Si sólo Dios me diera una señal clara! Como depositar a mi nombre una enorme suma de dinero en un banco suizo".
Woody Allen cineasta estadounidense

"La verdad no demanda creencias. Los científicos no unen sus manos cada domingo, cantando '¡Sí, la gravedad es real! ¡Tendré fe! ¡Seré fuerte! Creo en mi corazón que lo que sube tiene que bajar. ¡Amén!'. Si lo hicieran, pensaríamos que están bastante inseguros de ello."
Dan Barker ex-predicador

"Yo digo que ambos somos ateos. Yo sólo creo en un dios menos que tu. Cuando entiendas porqué tu deshechas todos los otros posibles dioses, entonces entenderás porqué yo deshecho el tuyo".
Stephen F. Roberts

"No puedes convencer a un creyente de nada porque sus creencias no están basadas en evidencia, están basadas en una enraizada necesidad de creer".
Carl Sagan astrónomo estadounidense 1934-1996

"¿La definición de mitología en una oración? 'Mitología', es lo que llamamos a las religiones de otras personas".
Joseph Campbell antropólogo estadounidense

Reflexiones sobre el vitalismo.

domingo, 18 de marzo de 2007



Desde hace mucho que he venido escuchando aquello de que la filosofía nietzscheana es vitalista. A primera vista, esta aseveración producto de la intuición puede parecernos cierta y a la vez falsa si consideramos el término en su forma etimológica aparente, es decir, pensando que significa tan sólo aquel que cree en la vida o bien lo relacionado con aquella persona o su filosofía. La filosofía de Nietzsche, si bien debe a mi juicio ser considerada como un devenir -tomando en cuenta que eso somos-, posee en algunas partes por lo menos, por ejemplo en el Zaratustra, un sentimiento total de aceptación de la vida y un total compromiso con ella. A pesar de las innumerables críticas del alemán a la calidad de la vida aquí y ahora y de su imperiosa búsqueda de cambios (interpretar siempre es cambiar), se puede señalar que efectivamente este imponente señor tenía fe en la vida y se sentía a gusto en ella –al menos en algunos momentos cruciales dentro del devenir que nos traspasa.

Sin embargo, esta no es la definición de vitalismo que he encontrado.

Según Wikipedia, vitalismo es la corriente filosófica que postula que la vida es más de lo que creen los mecanicistas, que posee un impulso vital distinto de las fuerzas físicas sin el cual la vida no podría ser explicada. Tengo mis dudas de si Nietzsche se inscribe en esa categoría, considerando que su filosofía toma constantemente en cuenta las influencias somáticas en el pensamiento de las personas y conociendo las teorías evolutivas –además de su oposición a las consoladoras religiones-. Por mi parte, creo que es algo demasiado complejo de defender aquello de esa fuerza extraña indefinible, personalmente, no tengo idea de si es algo semejante al alma o bien la consecuencia de la suma mecánica de todas nuestras moléculas constituyentes -y los fenómenos físicos-. Según la web Torre de Babel, “se llama vitalista a toda teoría filosófica para la que la vida es irreductible a cualquier categoría extraña a ella misma”. Me parece más lógica aquella descripción: la vida sólo puede ser descrita por si misma, nunca por algo externo a ella, como dioses u otras dimensiones aparentes. Sólo lo que veo es lo que existe: “Si bien todo nuestro conocimiento empieza con la experiencia, de esto no se sigue que todo él provenga de la experiencia”, dice Kant, y es probable que sea cierto. Podemos invertir el significado de la frase: sólo un ser vivo puede saber que es la vida. El concepto es indefinible, pero los seres vivos, extrañamente, sabemos lo que es la vida por caracterizaciones indirectas.

Por fin llegamos a la parte a la cual quería llegar. Maite Larrauri, en su texto El deseo según Deleuze, ocupa la misma frase que analicé en un texto anterior -Zaratustra-, de Nietzsche: vitalista es, según ella, alguien que ama la vida, no por estar acostumbrado a ella, sino por estar acostumbrado al amor. Acá entramos a hilar fino. Entiendo lo que quiere decir: la persona que va por la vida amando las plantas, las flores, las personas, termina amando la vida, su vida, que es la única que conoce. Le gusta, le produce placer, siente que vuela; en cierta forma, se deshacen de sus cuerpos. Supondré que Deleuze y Nietzsche lo lograron y que no mentían, debido al profundo respeto que profeso por ambos, a quienes creo más inteligentes que yo. Sin embargo, a pesar de haber intentado sacarme el cuerpo, aún lo tengo. Yo definiría la diferencia entre ellos y yo es que yo siento náuseas. Cuando veo un niño arrapiezo me muero por dentro. Siento angustia seguido. Digo no. Me quedo más bien con la frase que Albert Camus pudo en boca del doctor Rieux: No puedo amar una creación donde los niños son torturados. Friedrich, ¿recuerdas el caballo que te hizo llorar? Tal vez debiste haber tirado más piedras.

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Ved este texto quienees particparon en la revuelta estudiantil

Reflexiones sin brillo II

lunes, 12 de marzo de 2007

Lo tenemos claro: un anochecer es siempre más grande que nosotros. A veces nos sentimos intrusos de algo donde no debimos haber surgido espontáneamente, un lugar que no nos ha querido exactamente, y que ha respirado con hastío. Sin embargo, si el universo tiene una voluntad propia, nosotros también poseemos una. La gran pregunta es si debemos unirnos a ella como una canción o bien rebelarnos contra él. Rebelarse es la nada, la simpatía es la materia. Aunque eso depende del mundo del cual hablemos.

Consideraciones sin brillo


Lo que pensamos fue algo claro y vivo hasta quemar, no sólo no se apaga, sino que se vuelve humo más que cenizas; no sabemos cómo definirlo, más bien es algo que se caracteriza por ser algo confuso que bordea la inexistencia pero a la vez se hace real como un soplo, que siendo exactamente objetivo, hiere más que una piedra. Son precisamente las artes subrepticias las que más atan, como telas de arañas. Son las mariposas quienes provocan vientos.

Reflections sur la vie

lunes, 5 de marzo de 2007

Al parecer, tengo las muñecas clavadas, al igual, que tú. Me cuesta moverlas, y duele bastante cuando haciendo uso de la libertad decido un movimiento contrario a las cuerdas, o más bien dicho, a los maderos. Hago lo que no es natural, sin embargo las cruces son puestas por la fuerza, y a veces lo que te ama es lo que realmente te crucifica. Es por eso que no me quejo. Cuando sepa la dirección del viento apenas domine mis tendones, cuando sepa quién es no-yo, tiraré con tanta fuerza y soltaré mis manos y pies, aunque que un poco de carne en las frías maderas quede, colgado de un clavo. Tal vez pierda las manos, pero seguirá mi aliento intacto.

···

Para aquel que ama la libertad, es ésta algo sumamente volátil que es capaz de llenarnos de un pesar profundo. Podemos incluso dudar cada vez que tocamos, todo depende de la voluntad, quizás del gusto, posiblemente por miedo. Dejamos correr libres los caballos, no interferimos en la caza de los felinos. Dejamos morir en nombre de la libertad de vivir. ¿Es lógica tal contradicción? Me pregunto si es viable creer, si está permitido tocar, tomando en cuenta de que no hemos creado nuestro propio nacimiento: nos han traído. Se nos dice que a propósito, lo cierto es que nadie es que nadie nos imaginó. De hecho, nadie nos ha contenido aún. ¿Es nuestra la Tierra?


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Pronto comentarios a El deseo según Deleuze

Idiotez

viernes, 2 de marzo de 2007


Dadas las circunstancias

Sin embargo los pájaros son bellísimos

Las navajas hieren exactamente

Sin prejuicios brotan las belladonas

Busquen por qué se quejan los mandriles y han llorado sarcástico

Venimos indiscriminados del pescado

Y aquel pedazo de carne se suma

Enfrente mío asterisco

Ganamos ganamos ganamos

14 líneas más y hay un soneto

blanco negro cisne coscoroba

existe la paz en una bandera tengo sueño y hay pan.

Cuando surge la angustia

El pan es el hombre

La solución es vacía

Y nos vestimos de verde.

Zaratustra

sábado, 24 de febrero de 2007

"La verdad es que amamos la vida, no porque estemos acostumbrados a ella, sino porque estamos acostumbrados al amor."

Esta frase llegó a mí como una extranjera, a la cual visité mucho antes de llegar a su entendimiento. Pasaba por ella al leer el Zaratustra, cuántas veces releí esas bellas páginas de la primera parte: las del ocaso, del Dios HA MUERTO, hipócrita anciano –gastador de canciones-, de las conversaciones con el fallecido, del joven desorientado, del árbol, del hebreo que no aprendió a reírse y se hacía pasar por rey, etc. Luego la vi, grandiosa, entre las frases de Nietzsche, llenas de valor y bondad. No entraba en mi alma, como el tabaco o el humo de la cannabis; parece, como toda la obra de este prolífico escritor, algo inasequible, como la locura para los cuerdos. Parece tan sólo un poema, un sofisma que abusa del desarreglo, que contribuye a la ambigüedad, de la cual ya estamos colmados. Pero no.

Nietzsche consideraba la interpretación como infinita, tomando en cuenta la experiencia cultural y el mundo interior. Esta frase nos deja esa impresión amplia de que nunca llegaremos al significado real de aquella frase. Pero eso carece de importancia.

Partiré diciendo que en esta frase fue sacada del capítulo titulado Leer y escribir, en el cual figuran una serie de máximas realmente propias de un estudioso de la vida, un destructor-creador. Para que apreciemos mejor el contexto, citaré algunas. Las interpretaré muy brevemente, para que no parezcan arrogantes. “Que todo el mundo tenga derecho de aprender a leer, es cosa que estropea a la larga, no sólo la letra, sino el pensamiento.” Resulta que la gente queda a medias con sus estudios, lee mal, y, por tanto, escribe mal. Consecuencia, estropea el ambiente cultural –ya lo vemos hoy-. “El que escribe en máximas y con sangre no quiere ser leído, sino aprendido de memoria” El escritor plasma su alma y sus sentidos para que aprendamos de ellos, no hacerlo es una falta de respeto. “Yo quiero ver duendes en torno mío, porque soy valeroso. El valor que ahuyenta los fantasmas, se crea sus propios duendes: valor quiere reír”. “La vida es una carga pesada; pero no os pongáis tan compungidos. Todos somos asnos cargados”. Luego, después de la frase que es la causa de este breve ensayo, vienen las siguientes: “Hay siempre algo de locura en el amor. Pero siempre hay algo de razón en la locura”. Por medio del razonamiento se llega a la apología de la demencia, y el amor se haya siempre conectado con un poco de verdad. “Y yo, que estoy a bien con la vida, creo que para saber de felicidad, no hay como las burbujas y las burbujas de jabón, y lo que se les asemeja entre los hombres.” Todo lo que es liviano y simple realza el sentido de la afirmación de la vida, la noción de belleza asociada a todo lo que produce el bien de la Tierra y por ende del ser humano. “Yo no podría creer más que en un Dios que supiese bailar” Yo tampoco, Zaratustra. Si existe un Dios, debe ser alguien que crea en la libertad, por algo es perfecto; en vez de condenar, ríe y peca con nosotros. ¡Hurra! “No con la cólera, sino con la risa se mata. ¡Adelante! ¡Matemos al espíritu de a pesadez!” Hay que sonreír al destruir, pues se hace con fines de grandeza, de afirmación a todo lo que esta vivo y quiere mejorar. “Yo aprendí a andar, desde entonces corro. Yo aprendí a volar; desde entonces no quiero que me empujen para cambiar de sitio.” Se aprende rápido, se evoluciona. ¡Salud compañeros!

Ahora la máxima. Nietzsche nos dice, primero, que todos amamos. ¿Se refiere al amor del desdén que ama Zaratustra, el amor a lo remoto, a todo lo superior? No, no podemos otorgarle ese amor al populacho, pues no lo posee. Yo interpreto aquí la palabra amor como una escala, que va desde la dependencia neurótica hasta el amor perfecto, si es que este existe. Todos estamos acostumbrados al amor, más bien, a nuestra visión de amor, acaso porque así nos lo han impuesto. La consecuencia de este acto, desencadena dos posturas parecidas, una acercada a la dependencia neurótica, y otra al amor del desdén. La primera, al poseer un amor neurótico, cargado de miedo y de objetos de angustia, produce una cierta compasión hacia los que están en situación desvalida, es decir, los torturados y los que se enfrentan directamente a la incertidumbre final, la muerte. A la persona no le gusta morir ni ser torturada, y muere de miedo pensando que podría serlo, al igual que esos seres. Esta es la postura considerada ideal por el populacho, basada en una moral cristiana; es por esto que hoy se condena el suicidio, el aborto, la pena de muerte, el asesinato, la eutanasia. No se entienda por esta comparación que acepto o me agradan todas estas opciones, si bien comparto, o más exactamente, acepto que, bajo la necesidad, o bien la libre elección –la expresión de la voluntad- producto de la incertidumbre y de la ausencia de un observador imparcial, algunas sean válidas.

La segunda postura, que es la que me imagino compartía Nietzsche, se relaciona con un amor más elevado y libre, carente de dependencias más que la del propio cuerpo y del afán de superación, parte, a mi juicio, del cuerpo. Para ella la compasión pasa por un razonamiento elevado, al descubrir en cada uno la propia integridad, no asociada a que son iguales que yo, sino producto de que pueden sentir esa angustia que alguna vez hemos sentido. Desde ese punto de vista, podemos sacrificarnos por el otro, puesto que el otro podría sufrir más que yo. Este amor no ama lo que la otra postura denomina vida, sino que la tiene asociada a otro concepto, que podríamos mentar integridad de la vida. Es por esta concepción que un anarquista es capaz de morir por un futuro que no compartirá, a pesar de no creer en ningún Dios. Es por eso que los hombres optan a veces por el suicidio, no porque odien la vida, sino todo lo contrario; lo hacen porque esta vida no encaja con su propia concepción de ésta. Entonces, el amor genera el amor a la vida, pues es la vida la única materia con capacidad de amar.

Acá surge un problema. No debemos amar la vida por amor neurótico, por miedo a lo desconocido, sino porque amar es una capacidad intrínseca de la integridad del ser vivo. Por lo tanto, esta frase es una crítica y a la vez una apología.

¿Que complejo el señor Nietzsche, no?