La multiplicidad en Fedor Dostoievski

lunes, 13 de agosto de 2007



Muchas veces, mucha gente, señala André Gide en su Dostoievski, trata de reducir a un personaje, una obra, a una sola palabra o frase, que para nosotros constituye lo más importante, su piedra base, su “a priori”.Honestamente, no se puede afirmar que dicha tendencia sea esencialmente mala, hasta no ver sus resultados: primero, porque la lectura de una obra es siempre un proceso personal e incomunicable –como diría Foucault, el lenguaje no es la comunicación de la distancia, es la distancia-, y toda interpretación tiende al infinito; segundo, porque de vez en cuando ciertos autores parten de ciertos “imperativos” o evidencias para sacar de ellos todas sus consecuencias; y tercero, porque nuestro método de resolver preguntas se basa en aislar los componentes para descubrir su naturaleza, sabiendo lo que es capaz cuando los demás factores se mantienen constantes.

Tomando esto en cuenta, me gustaría plantearme una pregunta con respecto a Fedor Dostoievski, hombre sin duda muy profundo, cuya vida y obra sin ninguna duda merece tenerse en la más alta consideración. Mi pregunta es: ¿Qué característica en la obra de Dostoievski la hace tan esencialmente única e imponderable, y que en grado sumo lo hace uno de los pilares del análisis la modernidad?

Podemos acercarnos a una posible respuesta enunciando la opinión de la crítica. Se le proclama el “maestro de la novela psicológica moderna”, a tal grado que Freud lo ha tenido en alta estima y Nietzsche ha señalado en El ocaso de los ídolos que “es el único que me ha enseñado algo de psicología”. En cierta forma, esta aseveración nos conduce a otra pregunta más específica: ¿Cómo logra Dostoievski crear personajes tan complejos y, por cierto, tan reales? Albert Camus nos dice: “Todos los personajes de Dostoievski se interrogan sobre el sentido de la vida. Son modernos en eso: no temen al ridículo”. Podemos ampliar la frase, y hallar una relación padre-hijos: Dostoievski no teme al ridículo. En cierta forma ha dejado de lado el temor a las contradicciones del alma humana; las analiza, las describe minuciosamente, con profundo respeto e incluso con ternura: en su obra, constantemente toca el tema de los marginados sociales, la enfermedad (puramente somática o mental), los pobres. Y no se puede decir que lo haga para separar a los normales de “los otros”, puesto que cada personaje halla similitudes con la existencia del autor (por ejemplo, la epilepsia). Tampoco parece tener mucho interés en plantear una única visión, más bien, cada personaje habla con su propia voz, sin haber una de fondo; el autor sólo les presta la base en la cual los discursos pueden ser enunciados, un espacio sin duda muy amplio. Es decir, se sitúa en un punto donde no puede ser detectado, un no-punto.

Camus dice que Dostoievski es más Iván Karamazov que Aliocha; los creyentes están en su derecho de dudarlo. Sin embargo, no es menos cierto que está en los dos; como diría Michel Onfray en su Tratado de ateología: en cada ateo hay un creyente, y en cada creyente hay un ateo. Podríamos preguntar, entonces: ¿Quién es, realmente, Dostoievski? ¿Cuál es su discurso, dónde sitúa su pensamiento? No lo sabemos, al menos no es patente en su obra. Esto nos induce a pensar de la siguiente forma: Dostoievski es un autor de lo múltiple, pensador que presta su cuerpo a los más variados experimentos, el creador que se compromete con su propia creación. Su pensamiento constituye un diálogo, la posibilidad de la duda, una eterna pregunta. El mérito de Dostoievski consiste en esto: prestar su voz a los sin voz, a los “anormales”, al cuerpo mismo.

1 comentarios:

Unknown dijo...

es lo mejor que he leido en mi vida, Fedor Dostoievski, siempre existira, porque siempre habra quienes tenemos un sentimiento por la buena literatura, es una brizna opinion de un grano de arena, par el maestro que es Fiodor....


José