Las voces de la historia.

jueves, 20 de septiembre de 2007


¿Cuántas veces nos hemos mirados las manos, mientras se nos inflama el pecho, mirando cada nervio, músculo, cada gasto energético, en fin, cada máquina? “En el fondo, con el tiempo, lo que yo he aprendido a tener es una especie de temor y temblor, de un respeto desde las tripas para arriba de lo que es el Fenómeno, la Fenomenología, el aparecer (…) son cosas que tienen una riqueza y una profundidad enormes, y uno les hace un flaco servicio imponiéndoles detrás una especie de grilla de lectura.” Con esta frase para el oro, Varela se instala frente al universo, sin tratar de buscar algo que ver, sino buscando ver lo que hay.

La rigurosidad que nos exigen nuestros análisis nos obliga a enunciar la distancia entre el objeto conocido y el modelo mediante el cual se interpreta. El lenguaje, que pretende ser nuestra vía de acceso y transmisión de las cosas, no pasa de ser un estado bruto irremisiblemente condenado a ser deformado por aquel que capta: el cuerpo que adapta. No podemos, en rigor, reducir la palabra a una combinatoria atomista de significado irreducible, es decir: no podemos dominar necesariamente al lector, al menos a priori, forzarlo a experimentar ciertos estados. Lo cual nos lleva a una modestia necesaria: no lo sabemos todo.

Siempre hay intersticios oscuros.

En El pliegue, Gilles Deleuze dice que el rasgo Barroco par excellence es describir la naturaleza como pliegue que remite a otros pliegues –laberinto que esta compuesto por laberintos infinitos cada vez más pequeños-, como si hubiera infinitos puntos entre cada punto; y el infinito tiene para Leibniz dos “pisos”, sin una discontinuidad absoluta sino descriptiva: en el primer piso, la materia, con pequeñas aberturas abiertas al intelecto, vale decir, que permiten el conocimiento. En el segundo piso, lo superior (el “alma” de las cosas), “habitación o gabinete oscuro, revestido de una tela tensa «diversificada por pliegues», como una dermis en carne viva”. La luz no está imposibilitada de entrar, pero no acude de forma rectilínea, sino por medio del desarrollo de los pliegues.

¿Qué es posible extraer de esta forma de pensar los fenómenos? Esta lectura de la vida, que implícitamente representa a lo real como algo intrínsecamente complejo, induce a un respeto muy sano por el objeto por conocer. Si unimos esto a la obra de ciertos pensadores dispersos en la historia, la modestia y la disciplina pueden ser valores en sí, las verdaderas satisfacciones del arte de aprender. Debemos, por cierto, buscar las ventanas que nos permiten ver hacia la altura, pero dentro de lo que es, y ha sido posible: para esto es importante la historia. Ya no concebida como aferrarse al texto, como un papel plano y sin contradicciones, sino tomar a la historia como un corpus que sólo puede ser interpretado según nuevos avances epistemológicos y, por tanto, en discontinuidades de interpretación. No nos es posible elaborar una teoría completa de causas y consecuencias, pero sí es posible concebir el devenir por medio de estadios intermedios, de “particiones” cada vez más finas. Sin embargo, mientras más información, más tiempo; más riesgo de mezclar los hechos, de no localizarlos: de hacer de la historia algo intempestivo, en el sentido peyorativo del término.

“Mi libro es «ficción» pura y simple. Es una novela, pero no fui yo quien la inventó” (Michel Foucault). Ya no más Historia, demos paso a las historias. Para eso se necesitan voces: las voces del pasado. Dejemos hablar a los muertos: el esfuerzo de Papini no puede estar mejor encaminado, si se enmarca en la honradez.

1 comentarios:

tostos dijo...

en realidad, me cuesta entender algunas ideas, quizas tenga que leer a cada autor, sin embargo lo voy a volver a leer. Lo que si, parece que hay varias ideas en un mismo texto, como un caos interior, tal vez ordenando un poco queda todo mejor.
Sigue escribiendo y yo seguiré leyendo.

Saludos