Zaratustra

sábado, 24 de febrero de 2007

"La verdad es que amamos la vida, no porque estemos acostumbrados a ella, sino porque estamos acostumbrados al amor."

Esta frase llegó a mí como una extranjera, a la cual visité mucho antes de llegar a su entendimiento. Pasaba por ella al leer el Zaratustra, cuántas veces releí esas bellas páginas de la primera parte: las del ocaso, del Dios HA MUERTO, hipócrita anciano –gastador de canciones-, de las conversaciones con el fallecido, del joven desorientado, del árbol, del hebreo que no aprendió a reírse y se hacía pasar por rey, etc. Luego la vi, grandiosa, entre las frases de Nietzsche, llenas de valor y bondad. No entraba en mi alma, como el tabaco o el humo de la cannabis; parece, como toda la obra de este prolífico escritor, algo inasequible, como la locura para los cuerdos. Parece tan sólo un poema, un sofisma que abusa del desarreglo, que contribuye a la ambigüedad, de la cual ya estamos colmados. Pero no.

Nietzsche consideraba la interpretación como infinita, tomando en cuenta la experiencia cultural y el mundo interior. Esta frase nos deja esa impresión amplia de que nunca llegaremos al significado real de aquella frase. Pero eso carece de importancia.

Partiré diciendo que en esta frase fue sacada del capítulo titulado Leer y escribir, en el cual figuran una serie de máximas realmente propias de un estudioso de la vida, un destructor-creador. Para que apreciemos mejor el contexto, citaré algunas. Las interpretaré muy brevemente, para que no parezcan arrogantes. “Que todo el mundo tenga derecho de aprender a leer, es cosa que estropea a la larga, no sólo la letra, sino el pensamiento.” Resulta que la gente queda a medias con sus estudios, lee mal, y, por tanto, escribe mal. Consecuencia, estropea el ambiente cultural –ya lo vemos hoy-. “El que escribe en máximas y con sangre no quiere ser leído, sino aprendido de memoria” El escritor plasma su alma y sus sentidos para que aprendamos de ellos, no hacerlo es una falta de respeto. “Yo quiero ver duendes en torno mío, porque soy valeroso. El valor que ahuyenta los fantasmas, se crea sus propios duendes: valor quiere reír”. “La vida es una carga pesada; pero no os pongáis tan compungidos. Todos somos asnos cargados”. Luego, después de la frase que es la causa de este breve ensayo, vienen las siguientes: “Hay siempre algo de locura en el amor. Pero siempre hay algo de razón en la locura”. Por medio del razonamiento se llega a la apología de la demencia, y el amor se haya siempre conectado con un poco de verdad. “Y yo, que estoy a bien con la vida, creo que para saber de felicidad, no hay como las burbujas y las burbujas de jabón, y lo que se les asemeja entre los hombres.” Todo lo que es liviano y simple realza el sentido de la afirmación de la vida, la noción de belleza asociada a todo lo que produce el bien de la Tierra y por ende del ser humano. “Yo no podría creer más que en un Dios que supiese bailar” Yo tampoco, Zaratustra. Si existe un Dios, debe ser alguien que crea en la libertad, por algo es perfecto; en vez de condenar, ríe y peca con nosotros. ¡Hurra! “No con la cólera, sino con la risa se mata. ¡Adelante! ¡Matemos al espíritu de a pesadez!” Hay que sonreír al destruir, pues se hace con fines de grandeza, de afirmación a todo lo que esta vivo y quiere mejorar. “Yo aprendí a andar, desde entonces corro. Yo aprendí a volar; desde entonces no quiero que me empujen para cambiar de sitio.” Se aprende rápido, se evoluciona. ¡Salud compañeros!

Ahora la máxima. Nietzsche nos dice, primero, que todos amamos. ¿Se refiere al amor del desdén que ama Zaratustra, el amor a lo remoto, a todo lo superior? No, no podemos otorgarle ese amor al populacho, pues no lo posee. Yo interpreto aquí la palabra amor como una escala, que va desde la dependencia neurótica hasta el amor perfecto, si es que este existe. Todos estamos acostumbrados al amor, más bien, a nuestra visión de amor, acaso porque así nos lo han impuesto. La consecuencia de este acto, desencadena dos posturas parecidas, una acercada a la dependencia neurótica, y otra al amor del desdén. La primera, al poseer un amor neurótico, cargado de miedo y de objetos de angustia, produce una cierta compasión hacia los que están en situación desvalida, es decir, los torturados y los que se enfrentan directamente a la incertidumbre final, la muerte. A la persona no le gusta morir ni ser torturada, y muere de miedo pensando que podría serlo, al igual que esos seres. Esta es la postura considerada ideal por el populacho, basada en una moral cristiana; es por esto que hoy se condena el suicidio, el aborto, la pena de muerte, el asesinato, la eutanasia. No se entienda por esta comparación que acepto o me agradan todas estas opciones, si bien comparto, o más exactamente, acepto que, bajo la necesidad, o bien la libre elección –la expresión de la voluntad- producto de la incertidumbre y de la ausencia de un observador imparcial, algunas sean válidas.

La segunda postura, que es la que me imagino compartía Nietzsche, se relaciona con un amor más elevado y libre, carente de dependencias más que la del propio cuerpo y del afán de superación, parte, a mi juicio, del cuerpo. Para ella la compasión pasa por un razonamiento elevado, al descubrir en cada uno la propia integridad, no asociada a que son iguales que yo, sino producto de que pueden sentir esa angustia que alguna vez hemos sentido. Desde ese punto de vista, podemos sacrificarnos por el otro, puesto que el otro podría sufrir más que yo. Este amor no ama lo que la otra postura denomina vida, sino que la tiene asociada a otro concepto, que podríamos mentar integridad de la vida. Es por esta concepción que un anarquista es capaz de morir por un futuro que no compartirá, a pesar de no creer en ningún Dios. Es por eso que los hombres optan a veces por el suicidio, no porque odien la vida, sino todo lo contrario; lo hacen porque esta vida no encaja con su propia concepción de ésta. Entonces, el amor genera el amor a la vida, pues es la vida la única materia con capacidad de amar.

Acá surge un problema. No debemos amar la vida por amor neurótico, por miedo a lo desconocido, sino porque amar es una capacidad intrínseca de la integridad del ser vivo. Por lo tanto, esta frase es una crítica y a la vez una apología.

¿Que complejo el señor Nietzsche, no?